El sponsor
por Rubén Furman
Enero de 1989. Alfonsín en La Tablada |
Vázquez había ido junto con Eva Giberti y Vita Escardó, madre y hermana respectivamente de Hernán Invernizzi, que estaba más flaco que de costumbre, pero siempre sonriente. Por ahí, entre otros visitantes, estaba Solita Silveyra, que era la segunda vez que iba. También había un rubio pintón y robusto, de ojos muy claros. El periodista no sabía quién era.
-Es del Movimiento Judío -aclaró el tucumano.
-¿Hay presos judíos?
-No, acá somos todos militantes revolucionarios.
-¿De origen judío, de familia judía? -repreguntó Vázquez.
-No, pero es importante el apoyo de los compañeros de esa comunidad.
El rubio era Fernando Sokolowicz y Vázquez lo saludó por primera vez.
La huelga de hambre de los presos no se estaba haciendo en el mejor momento. Para los militares, que estaban siendo citados en los juzgados federales por sus delitos, no era chiste. Se trataba de presos que habían cometido delitos de sangre, argumentaban los militares y no les faltaron interlocutores en el alfonsinismo. La teoría de los dos demonios calaba hondo y había que saltar un cerco para meterse en Villa Devoto a ver a los presos.
Sokolowicz seguramente recordó que en esa misma capilla un hermano suyo había estado preso diez años atrás. Siendo militante de las Fuerzas Armadas de Liberación había caído junto a otros compañeros. Fue por un tiempo breve, por suerte, porque pudo salir e irse a Europa. A Devoto terminó yendo luego como miembro del grupo del rabino Marshall Meyer -el más progresista que conoció la Argentina de esos años- y también porque se había hecho amigo de varios ex presos del ERP, con quienes compartía gustos personales y actividades en la lucha por los derechos humanos.
No todos sabían que él, también una década atrás, cuando estudiaba periodismo en la Universidad de La Plata, había estado vinculado a un sector escindido del PRT-ERP un grupo llamado Fracción Roja porque tenía una postura más principista, más puramente marxista que la oficial de Mario Santucho.
Su compromiso con esos presos remanentes de la dictadura se mantuvo firme e incluso por encima del vínculo con los organismos humanitarios. Michelina, la compañera de Invernizzi, lo tenía como un referente para todo. No solo porque lo visitaba a Hernán, sino porque hasta preparaba locro para esos presos. Cuando Hernán salió en mayo de 1986, esa noche hubo una fiesta de íntimos en la casa de Sokolowicz en Villa Devoto. También allí se festejó la libertad de los últimos presos del grupo, Pino Cuesta y su esposa Hilda Navas, recepción a la que concurrió ya Jorge Lanata, entre otros.
En ese tiempo, Lanata era jefe de redacción de la revista El Porteño y participaba del equipo de "Sin anestesia", el programa que conducía Eduardo Aliverti por radio Belgrado, como despectivamente llamaba la derecha promilitar a la emisora estatal LR3 Radio Belgrano. La primera era un quincenario fundado en 1981 por Gabriel Levinas y Miguel Briante, sostenido, mientras pudo, con la propia fortuna del primero. Hijo de un empresario rico del Once con buenos vínculos en la comunidad judía local, Levinas vendía un cuadro de la pinacoteca familiar cada vez que tenía que cubrir un hueco económico de la revista. En 1982 les pusieron una bomba en la redacción y los colegas empezaron a tomarlos más en cuenta, como una voz disidente y no solo marginal. Luego, ante la perspectiva de quiebra, una cooperativa de trabajadores comandada por Lanata se hizo cargo de la publicación. La característica de El Porteño eran las investigaciones con denuncias y una búsqueda continua de nuevas voces y de actores sociales poco conocidos. Estos ingredientes se volcaban sobre un formato que combinaba cierto desparpajo en la manera de enfocar la realidad con la mejor literatura. Algo que la prensa norteamericana ya había bautizado como "nuevo periodismo", para diferenciarlo de los cánones clásicos de la gran prensa y el formato agenciero. En Estados Unidos ya era un género consolidado con notables exponentes, como por ejemplo Taiman Capote, cuyas crónicas de un crimen por boca de dos condenados a muerte por ese hecho fueron la materia prima de A sangre fría, una novela escrita en el borde entre la ficción y el realismo más estricto. Acá, las investigaciones político-policiales de Rodolfo Walsh eran lo más parecido. Pero mientras este publicaba algunos de sus trabajos más conocidos en el periódico semiclandestino de una central sindical combativa, los norteamericanos lo hacían en publicaciones de culto entre la intelectualidad joven, como Rolling Stone o The Newyorker.
Escuchar voces de ex guerrilleros recién salidos de prisión resultaba un ejercicio fascinante para quien buscara historias. Historias de vidas atravesadas por dolores, derrotas, hilachas de heroísmo y un futuro incierto para sus proyectos. Además, esas historias tenían el sabor del desafío: la teoría de los dos demonios hacía estragos en una sociedad atravesada por el miedo de la mayoría y el desconcierto de otros protagonistas de los setenta, cuyas historias no habían tomado estado público. Historias para contar a la manera de André Malraux. Lanata se había acercado a ellos por impulso periodístico pero al poco tiempo se convenció de que esos relatos podían ser al barro de una novela que no tuviera nada que envidiarle a Recuerdos de la Muerte de Miguel Bonasso.
Lanata también comió algunas noches en la casa de Eva Giberti. Durante nueve años, ella había hecho cada semana más de 50 kilometros hasta el penal de Magdalena, donde estaba Hernán. Luego, viajó los más de mil que la separaban de la cárcel de Rawson. Cuando lo llevaron a Devoto llegaba la democracia y los compañeros de su hijo iban saliendo. Entre tantas cosas para que no se olvidaran de él, Eva organizaba cenas los miércoles sin otra intención que darles buena comida a sus anfitriones y poner el oído, como hacen los psicoana listas y los que escriben. Muchos pasaban por esos encuentros y a cada cual le dejaba alguna marca. Eva era la que, dos décadas atrás, había hecho una revolución en la pedagogía y la vida familiar con su escuela para padres y la defensa de la libertad de los hijos. Ahora era una madre sonriente que dejaba que los otros sacaran de esos en cuentros lo que quisieran.
Una noche, Lanata confió cierto agotamiento del trabajo radial y adelantó sus planes.
-Una revista o un programa de radio es como tirar con migas de pan en la guerra -dijo a los comensales. Su idea les pareció a todos tan convincente como inviable: un diarito de contrainformación.
Debía tener apenas cuatro páginas y distribución solo en la Capital, ni siquiera en el Gran Buenos Aires. En alguna medida, era una versión cotidiana de La Posta-Post, sección estelar de El Porteño. Pero más que al nuevo periodismo norteamericano se parecía a un periódico francés de bajo costo, Le Canard Enchainé (El pato encadenado), enteramente autofinanciado con la venta y por ello liberado de las presiones y condicionamientos que establece la publicidad oficial o de las empresas privadas. Con su Lettera 22 escribió un boceto y algunos cálculos de factibilidad y lo rubricó de puño y letra. El paper fue entregado a uno de los asistentes y fue lealmente entendido como un lance para que reunieran la plata apelando a sus relaciones políticas. Acercar a protagonistas con proyectos convergentes que puedan favorecer los planes propios es una rutina habitual entre los políticos.
Lanata, que para los números era entonces un voluntarista completo, buscaba un sponsor de apenas 50 mil dólares, confiado en que el proyecto terminaría generando recursos propios que lo harían entrar en una inercia ascendente.
LOS CONTACTOS POSIBLES, en este caso, no estaban en empresas que ganaban licitaciones millonarias haciendo gasoductos o siendo proveedoras del Estado como podía pasar con algunos diarios que apoyaban la gestión de Alfonsín. Las principales relaciones estaban en que algunos de ellos habían participado en columnas del Frente Sandinista del Liberación Nacional, que el 19 de julio de 1979 había tomado el poder en Nicaragua. En esa lucha habían participado varios montoneros y, sobre todo, un grupo de ex militantes del ERP liderados por Enrique Gorriarán Merlo. Este residía todavía en Managua cuando en Buenos Aires se gestaba el nuevo proyecto periodístico. El Muro de Berlín aún no caía y los contras acechaban a los sandinistas. La capital centroamericana se poblaba de viejos revolucionarios derrotados en sus países mientras George Bush padre, al frente de la CÍA durante el gobierno de Ronald Reagan,
financiaba a los opositores armados con fondos inyectados mediante el ardid inventado por el
coronel Oliver North.
Para los argentinos que habían luchado en Nicaragua, la trama de la revolución sandinista, de la guerrilla salvadoreña, con los sobrevivientes del genocidio guatemalteco y con otros procesos de lucha en Centroamérica era muy cercana a su propia experiencia. Mucho más cercana que la difícil y endeble transición a la democracia en Argentina. El legado del Che era más fácil de asociar al enfrentamiento de los campesinos pobres que luchaban en la clandestinidad y con armas en El Salvador que a las batallas parlamentarias argentinas. Curiosamente, muchos parlamentarios progres argentinos iban a Managua a buscar oxígeno para sus ideas revolucionarias. No para armar guerrillas en Argentina, sino para buscar aliados en la batalla de no pagar la deuda externa y de reconstruir un espacio continental común. En
Managua, se cruzaban artistas como Mercedes Sosa y Julio Cortázar con el comandante cubano Raúl Ochoa, que había hecho la campaña de Angola, o con funcionarios del KGB soviético. Managua era rara: con el 50% de su población analfabeta, los artistas pintaban, los músicos componían. El centro cultural bullicioso era también un centro de operaciones: la población tenía medio millón de fusiles kalashnikou para defender la revolución, había conspiradores de toda laya y también fondos para proyectos revolucionarios en otros países, cuyos orígenes podrían ser insospechados.
Aquel cruce eventual entre algunos ex militantes del ERP con Lanata por un lado y Sokolowicz por otro inauguró una serie de encuentros que transcurrieron en un clima de reserva propia de quienes comprenden sus diferencias y priorizan, por sobre todo, el cumplimiento de sus propias metas. Para los ex militantes era una buena posibilidad de acercarse a nuevas alianzas y amistades en el atractivo campo de la información.
Quien encaró este nuevo vínculo fue Francisco "Pancho" Provenzano, un cuadro político de un carisma personal poco común. Hijo de una familia radical de médicos y académicos destacados, había ido al Colegio Nacional de Buenos Aires como todos sus hermanos varones. Las mujeres Provenzano, en cambio, iban al colegio de monjas. En el Buenos Aires, y para sorpresa de muchos de sus compañeros, Pancho pasó de destacarse en el rugby a ser un militante de tiempo completo y a dejar de lado definitivamente las ganas de ser médico. En ese nuevo camino encontró a Claudia Lareu, compañera suya de promoción, y se enamoraron.Pancho cayó preso en enero de 1976, cuando ya integraba el Comité Central del PRT. Lo
estaban torturando en la comisaría, con algún dato suficiente como para saber su grado de responsabilidad y salvó su vida por una astucia que se le ocurrió en el momento.
-Háganle saber al almirante Massera que un hombre suyo está detenido -dijo Pancho, y al rato el comisario se acercó para saber si no le tomaban el pelo. Pancho insistió con su versión.
-Que el almirante sepa que Francisco Provenzano está preso y que le está pegando la policía.
No dejó de recibir tormentos por unos días, pero finalmente apareció en Coordinación Federal y luego en la cárcel de Villa Devoto. La treta había funcionado. El cardiólogo de Massera era tío de Pancho y las familias se conocían bastante. El cardiólogo, una vez, había deja do de registrar en el informe médico alguna arritmia cardíaca. Fue precisamente en el informe requerido para su ascenso de capitán de navio a contralmirante. Había sido un favor personal inmenso de un médico que no sabía siquiera a quién se lo hacía. Años después, Pancho más de una vez había sentido pesar pensando que su tío podía haber evitado que Massera llegara donde llegó, pero esa vez bastó que Massera se enterara de que Pancho estaba preso para llamar a la fa milia y asegurarles que, esa vez, saldría vivo.
Provenzano salió en libertad en 1982 y después de siete años se reencontró con su esposa Claudia. Ella había logrado salir del país en 1976 y después de estar un tiempo en Europa se sumó a los sandinistas. Posteriormente ambos trabajaron en Argentina en el reagrupamiento de militantes. El grupo en el que militaba Pancho contaba con recursos provenientes de Centroamérica como para apoyar distintas actividades. Algunas de ellas estuvieron asociadas a la publicación de autores hasta entonces proscriptos.
Uno de los primeros resultados fue la revista Entre Todos, vocero del frentismo impulsado por los antiguos guerrilleros marxistas y su emergente, el Movimiento Todos por la Patria. Mientras iba de un lado para otro y además trataba de conseguir dinero para actividades militantes, Provenzano trabajaba de plomero en una
cooperativa de ex presos. Pese a su gran fortaleza física, no se llevaba bien con las herramientas. Lo que pocos sabían era que vivía muy humildemente y, a la vez tenía recursos capaces de hacer realidad algunos proyectos.
Fue Provenzano precisamente quien armó -acaso sin el conocimiento de todos los asistentes- el encuentro de los ex presos con Lanata y Sokolowicz. Invitó a los protagonistas de una trama que entonces solo figuraba en su imaginación. Fue un procedimiento sigiloso pero común entre los revolucionarios conspiradores del siglo XX en tiempos de la guerra fría, y muy distante del de algunos periodistas de fin de siglo deseosos de aparecer en todas las fotos. El objetivo era apoyar, con los medios al alcance de su organización, el surgimiento de un diario de centroizquierda que ayudara a recomponer ese sector en la época de los carapintadas.
Eventualmente permitiría también el reingreso pleno a la vida pública de aquellos que una década atrás no solo habían sufrido una derrota militar sino, sobre todo, política.
El procedimiento no era del todo original. A fines de 1982, cuando la dictadura ya había implotado después de la Guerra de Malvinas, los Montoneros habían intentado un reingreso similar. Aliados al clan Saadi, cuyo fundador, Vicente Leónidas Saadi, les garantizaba una puerta de entrada al peronismo, armaron el diario La Voz. Los jefes montoneros comenzaron comprando un edificio en Pompeya y lo equiparon con un moderno taller gráfico importado de Alemania. Contrataron periodistas profesionales pero intercalaron en la estructura un nutrido equipo de "comisarios políticos" y otros amigos recientes que los convencieron de su
fidelidad. El descontrol llegó sin embargo a ser tan grande que durante varios meses la edición completa del diario se hundió, literalmente, cada noche en el fondo negro del Riachuelo sin que sus editores siquiera lo imaginaran. El dinero, a raudales, compensaba la ignorancia del negocio.
El primer jefe de personal fue un hombre del riñon del clan catamarqueño, "el Gordo" Ángel Luque, que años más tarde fue expulsado de la Cámara de Diputados en los fragores del caso María Soledad, por el que su hijo resultó el principal condenado. El Gordo hizo colocar una enorme Virgen del Valle en la puerta de la calle Tabaré, debajo de la cual debían pasar los empleados cada vez que la atravesaban. Pero cuando los reclamos del personal arreciaron fueron menos piadosos y recurrieron a cuadros de la antigua estructura militar ahora disfrazados de milicianos sandinistas que patrullaban el diario exhibiendo sus pistolas en la cintura. La publicación duró hasta 1985. Algunas estimaciones del costo de esa aventura rondaban los 20 millones de dólares.
El rotundo fracaso fue un catálogo de enseñanzas de lo que no debía hacerse. Los jefes del MTP optaron por otro modus operandi, más afín acaso a su propia historia, consistente en confiar en periodistas profesionales de una variada gama de izquierda. En su análisis llegaron también a la conclusión de que era el momento apropiado para salir con un diario, no solo por su necesidad política sino por el agotamiento de los principales medios que venían abasteciendo el espacio intelectual-progresista en ese momento: Humor, El Periodista y La Razón.
El semanario El Periodista había surgido a poco de la restauración democrática de 1983 y se convirtió en el hermano serio del quincenario Humor, una revista increíblemente antidictatorial que sobrevivía con un lenguaje sin eufemismos. Los editoriales de Enrique Vázquez eran leídos casi a escondidas, parecían el santo y seña de una pueblada. Las entrevistas de Mona Moncalvillo daban aire fresco al periodismo, que se convertía en abanderado de la lucha por los derechos humanos, la cultura, la política progresista. El
Periodista conservó, hasta su cierre en 1988, un entendimiento entre la vieja militancia política con el ala izquierda del alfonsinismo. Su director, Carlos Gabetta, había militado en el PRT-ERP y volvía de su exilio en Francia. Como muchos otros de esa redacción, había trabajado en medios europeos. Horacio Verbitsky, en cambio, se había exiliado en Perú y volvió a ejercer el periodismo en cuanto pudo. Era una redacción rodeada con un halo de capacidad, trayectoria y honestidad. Llegó a vender 100 mil ejemplares cuando publicó la lista completa que había confeccionado la Conadep de los militares y policías que habían participado en campos de concentración.
La editorial La Urraca, de Andrés Cascioli, responsable de El Periodista y Humor (entre otras publicaciones), contaba con apoyo de la Coordinadora radical. Criticaba pero acompañaba, sobre todo en los momentos de mayor tensión política generados por la resistencia militar al enjuiciamiento por las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Pero no ocultaba su desencanto con las agachadas del partido que había ganado denunciando un pacto sindical-militar y demás pactos corporativos, y luego arreglaba con las mismas corporaciones escudándose en su propia debilidad.
Los lectores de El Periodista no buscaban espectáculos ni deportes. Era una clientela politizada, reclutada entre el alfonsinismo aluvional y esperanzado de 1983 y una izquierda inquieta y -como tantas veces-sin pertenencia fija. Muchos estaban entonces en el Partido Intransigente del veterano ex radical frondicista Osear Alende, quien había pasado repentinamente a ser el referente del cambio social para una gran parte de la juventud. Su partido se convirtió en tercera fuerza electoral nacional durante casi un lustro.
Para explicar este curioso fenómeno de transmutación de los elementos políticos, algunos analistas recurrían a una buena dosis de humor: el PI era un campamento transitorio usado por antiguos guevaristas que ahora pujaban por un espacio en la política en las nuevas condiciones democráticas.
En 1985, poco antes de comenzar el juicio a los ex comandantes militares -y destaparse plenamente el horror anticipado en los informes de la Conadep-, Jacobo Timerman acometió la tarea de armar un diario leal al gobierno. Para el emprendimiento editorial, Alfonsín le entregó el manejo de La Razón, un vespertino que durante casi tres décadas había actuado como vocero oficioso del comando en jefe del ejército luego de que su paquete accionario quedara en poder de la cúpula castrense a través de los siniestros hechos relatados por Rodolfo Walsh en El caso Satanowski. El gobierno adoptó la decisión en el marco de un
acuerdo general de reparación económica al editor, que en 1977 había sido detenido, torturado y expropiado de su diario La Opinión, antes de lograr exiliarse gracias a la presión diplomática de la administración norteamericana de James Cárter.
Timerman quiso dar un golpe de efecto y de la noche a la mañana convirtió al tradicional vespertino, que anticipaba con exactitud milimétrica todos y cada uno de los golpes e internas militares, en un matutino de mirada pluralista. También le cambió el formato sábana anticuado por otro tabloide de diseño modular estilo europeo. Además renovó el personal convocando a periodistas democráticos; pero en esa transformación terminó de perder el ya debilitado mercado de lectores históricos de la marca y sus pautas publicitarias. La Razón de Timerman fue un fracaso económico y el editor se retiró al año, si bien el diario siguió saliendo como matutino bajo diferentes conducciones hasta mediados de 1987.
Durante la Semana Santa en que Aldo Rico levantó a la guarnición de Campo de Mayo en contra de las citaciones judiciales a militares, el ex diario del ejército jugó un rol poco frecuente en la prensa comercial. Dirigido por el periodista Carlos Juvenal, La Razón sacó una edición de emergencia de cuatro páginas confeccionada por un sector del personal que se presentó espontáneamente a trabajar pese al habitual feriado de prensa del Viernes Santo, a sabiendas de que lo que se jugaba en esos días era mucho más que un derecho gremial. El diario, con una amplia cobertura del primer alzamiento carapintada y de la movilización popular en repudio, fue repartido gratuitamente por militantes radicales en el Obelisco y en la
concentración de Plaza Congreso, donde una multitud aguardaba el desenlace del golpe. La tapa, en tipografía pesada, tuvo el mismo texto que años antes había hecho famoso al diario madrileño El País cuando un grupo de conjurados, encabezados por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero interrumpió a las seis de la tarde en el Congreso de los Diputados de España y, pistola en mano, por toda consigna política, gritó: "¡Todo el mundo al suelo!" Era el 23 de febrero de 1981 y los legisladores iban a tomar juramento al monárquico Leopoldo Calvo Sotelo como presidente de España. El País sacó una edición de emergencia con un título catástrofe de tres palabras: "¡Viva la Constitución!" El diario se repartía por las calles gratuitamente, mostraba el arco político español comprometido contra el golpismo, llamaba a
las calles para movilizar a la sociedad. Un verdadero ejemplo de resistencia. Tejero, a las nueve del día siguiente, se entregaba incondicionalmente y fue a parar a la cárcel por muchos años.
Era la robusta transición española, eran los comienzos de una epopeya periodística del mejor diario de habla hispana. Por curiosidad, vale mencionar que, veinte años después, su editor y dueño, Jesús Polanco, se convertiría en uno de los hombres más ricos de España.
En la Argentina, apenas horas más tarde de la asonada, Alfonsín sello la impunidad de los alzados con dos frases que quedaron en la memori.i colectiva: "¡Felices Pascuas!" y "¡La casa está en orden!". La sociedad empezó a percibir un mensaje cambiado y ese doble discurso acentuó la disgregación de la coalición progresista que lo había respaldado.
LA APARICIÓN DEL SPONSOR que buscaba Lanata concluyó antes de fines del año 1986 y también hubo una fiesta en lo de Sokolowicz. Provenzano ya había consultado con sus superiores en Managua y encontró eco favorable. Llamó entonces a otro ex compañero de prisión con quien había compartido tareas en la militancia, allá por 1973. Alberto Elizalde Leal estaba trabajando como empleado de una obra social, reconstruyendo su vida después de que la dictadura le hubiera secuestrado, literalmente, a toda su familia. A principios de 1977, mientras Elizalde formaba parte de un grupo de detenidos no declarado como tal, a cargo del general Ramón Camps -entonces jefe de la Bonaerense-, fueron secuestrados la mujer, la
madre, la hermana y el hermano de Elizalde. Nunca más aparecieron.
-Alberto, ¿podes ocuparte del diario ese?
-Habría que inscribirlo, hacer una sociedad, es un lío. Además, yo no tengo un mango.
Pocos días después, Provenzano le dijo, entusiasmado, que ya había encontrado la manera de
encauzar el tema.
-Hablé con Sokolowicz. Se sumó al proyecto.
Tuvieron una reunión los tres, Provenzano, Sokolowicz y Elizalde. Sokolowicz dijo a Elizalde que de todas las cuestiones legales se ocuparía su abogado, Horacio Méndez Carreras. Se trataba del abogado de la causa por la desaparición de las monjas francesas. Provenzano pidió que el gerente del diario fuera Elizalde. Ellos tendrían que trasmitirle las cosas a Lanata para que pusiera manos a la obra. Sabían -o intuían- que se estaban metiendo en un terreno que les era bastante desconocido. Si bien Sokolowicz estaba metido en la publicación del Movimiento Judío por los Derechos Humanos y Provenzano seguía de cerca el quincenario Entre Todos, sacar un diario era algo diferente. Otra escala. Apostaban al proyecto de un periodista, de Jorge Lanata. De él dependería el resultado. Y Lanata no era un setentista. Era un tipo un poco más joven, más heterodoxo. Completamente irreverente. Hablador, fumador y hambriento.
-No importa que no sea de izquierda. Lo importante es que pueda armar el diario -dijo Provenzano a varios conocidos. Y transmitió el visto bueno para iniciar el montaje. Nadie pensaba todavía en el nombre Página/12, y menos aún que tendría muchas más páginas y sobreviviría a tantos terremotos.
Secreto de familia
EL ARMADO DE UNA PEQUEÑA ESTRUCTURA empresaria que pusiera en disponibilidad los aportes del sponsor fue la novedad más importante en los meses siguientes al contacto entre Pancho Provenzano y Fernando Sokolowicz. En esta asociación, construida entre febrero y mayo de 1987, uno de los problemas era cómo programar los gastos para montar el diario sin levantar sospechas, no ya de los organismos impositivos sino de los servicios de inteligencia.
-Yo siempre fui un pelagatos. Si de pronto aparezco al frente de una empresa que mueva millones va a ser un semáforo -le había prevenido Elizalde a Provenzano cuando este le dio la señal de largada.
-Vos avanza que ya vamos a encontrar una solución -lo tranquilizó Provenzano.
La primera respuesta fue desechar la constitución de una sociedad anónima y se convino que fuera una sociedad de responsabilidad limitada, de modo de limitar la responsabilidad patrimonial de los participantes. La segunda fue integrarla con apenas dos miembros: Sokolowicz, cuyo manejo habitual de fondos como apoderado de las empresas familiares no levantaría polvareda, y Carlos González, conocido familiarmente en el ambiente de los derechos humanos como Gandhi. Integrante del Servicio de Paz y Justicia fundado por el premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, Gandhi tenía amigos que militaban en el Movimiento Todos por la Patria y su participación en la sociedad era tan formal que apenas tenía solo el porcentaje mínimo de acciiones que exigen las leyes.
La flamante empresa adoptó además el criterio de organización que los economistas denominan formato italiano. Consiste en una empresa madre que cobija dentro de sí a otras empresas cautivas, las que realizan labores tercerizadas. Así, sectores como el laller, la composición, distribución o el área de publicidad, que en otras editoriales integran el núcleo interno de producción, en Página eran cooperativas o pymes de gente de confianza o amigos que corrían con los riesgos de poner su equipamiento a cambio de contratos de locación de servicios. Esta descentralización a ultranza no solo diluía más la responsabilidad de los socios sino que, además, abarataba el desembolso inicial. Por otra parte, posibilitaba el eventual reemplazo de sectores completos -fotocomposición, armado, publicidad- sin que el diario debiera absorber conflictos por esos eventuales cambios.
En ese momento, y para esos emprendedores, disponer de una marca era solo ir a una oficina más. Cuando Lanata se enteró de que había que inscribir el nombre del diario, estaba armando la redacción y lo consideró un tema intrascendente. Como apoderado, Elizalde inscribió la marca Página/12 en el Registro de Propiedad Intelectual así como ante los organismos impositivos y previsionales. Eran trámites indispensables para poder salir. La Página SRL subsistió por cinco años, hasta que fue reemplazada por una sociedad anónima, La Página SA, tal como pudo y puede verse en los créditos del diario.
A partir de marzo de 1987, Lanata abrió el círculo y reclutó tropa para la nueva publicación. Los primeros empezaron a reunirse en un departamentito de la calle Montevideo, a la vuelta del bar La Paz.
Cuando el 25 de mayo de 1987 Página/12 salió finalmente a la calle, era un diario sensiblemente diferente al imaginado al principio por su propio director: ya no eran solo las 12 páginas aludidas en el nombre sino 16, cuatro veces más de la idea original de un boletín contrainformativo. Aun así, eran pocas páginas para un diario convencional.
La dependencia de la provisión de papel había sido siempre un talón de Aquiles para la prensa progresista. Solo había dos opciones. Una era comprar papel importado, caro, y encima sin contar con los ingresos de publicidad con que contaban los grandes diarios. A diferencia de los proyectos periodísticos comerciales, Página no tendría una torta publicitaria garantizada de antemano, ni siquiera era algo fácilmente imaginable para el futuro. La otra opción era hacer buena letra con Papel Prensa, sólo con la expectativa de pagar el doble de precio del pagado por los tres grandes diarios nacionales -Clarín, La Nación y La Razón- que
integran esa empresa. Papel Prensa es una sociedad mixta del Estado con esos medios periodísticos que fabrica papel a precios subsidiados y explica buena parte de la condescendencia que sus editores tuvieron con los militares del Proceso. Además de la cuota para los diarios integrantes de la sociedad, quedan cupos para otras publicaciones. Esos cupos se consiguen con lobby. Es la forma de controlar contenidos y evitar que aparezcan nuevos competidores. Por eso, cuanto menos de este insumo consumiera Página/12, tendría más chance de subsistir de manera independiente.
El concepto gráfico fue tomado del diario francés Liberation, cuya tapa es ocupada por un único tema. Es la manera de entregar al lector, desde la primera mirada, la importancia que el diario asigna a la noticia central. Además de sumar a sus fieles entusiastas de El Porteño, con los fondos frescos Lanata pudo contratar a periodistas duchos en hacer diarios y a columnistas de fama bien ganada, capaces de poner en acción el nuevo periodismo en Argentina.
Algunos políticos y empresarios visitaron en los primeros meses las instalaciones intrigados por la cocina de ese diarito burlón y estridente que había tomado a los diarios serios con la guardia baja y supo ocupar rápidamente el hueco dejado por La Razón, cerrado durante varios meses. Página hacía la diferencia con su estilo desacartonado, único en ese momento, y pegaba bien dentro de una franja de lectores de alto nivel educativo y buenos ingresos. Los que desfilaban por la redacción eran gente acostumbrada a mirar el mundo desde la altura de sus ventanales y no salían de su asombro. No podían creer que ese producto exitoso fuera hijo de tanta precariedad de medios convertida en virtud.
Las primeras oficinas alquiladas, en el piso doce de la calle Perú 367, apenas eran un departamento sin demasiadas condiciones para albergar en sus 160 metros cuadrados una redacción completa de treinta personas, cuyo archivo y laboratorio fotográfico estaban en el baño. Su mejor antecedente, si es que el éxito pudiera transferirse de ese modo, era que el mismo departamento había estado alquilado anteriormente como bunker de Raúl Alfonsín para la campaña de 1983. Y que este había ganado la presidencia, lo que todavía podía leerse como un augurio. Ese diario era obra de gente trabajando amontonada que esperaba
ansiosamente alguna Remington destartalada dejada por algún colega para poder escribir sus notas con la furia de los justos.
Alguno de estos empresarios tenía presente aún el manejo dispendioso de fondos que ejercieron los radicales de la Coordinadora cuando relanzaron el diario Tiempo Argentino. El matutino, dirigido por Raúl Burzaco, había respaldado la candidatura de ítalo Luder. Perdió su candidato y quedaron deudas cuantiosas. Luego, con la asunción de Alfonsín, Tiempo Argentino pasó a manos de Luis Cetra, un dirigente radical ligado a Enrique Nosiglia convertido en empresario periodístico, que también estaba al frente de Radio Rivadavia. Tiempo Argentino había sido el último producto gráfico del establishment periodístico afín a la dictadura, instalado en oficinas robadas por los militares a La Opinión de Jacobo Timerman.
Los gerentes y periodistas llegados con Cetra intentaban hacer un diario tibiamente progre. Fue un fracaso que les costó muchos millones. Contrastaba con Página/12, hecho con austeridad extrema. Al momento de salir a la calle, la inversión realizada por el sponsor en Página rondaba apenas unos 100 mil dólares.
Ocho meses más tarde el diario se mudó justo a la vuelta, a un salón parecido a un garaje sin ninguna ventana ni ventilación, en Bel-grano al 600. Recién entonces la administración pudo reunirse con la redacción, como sucede en cualquier diario como un requisito práctico elemental. Los pisos eran de cemento alisado, todavía sin los retazos de la alfombra gris del casamiento de Diego Maradona en el Luna Park en 1993, conseguidos a través de un canje publicitario. Pero era un salto adelante y fue percibida como una garantía de continuidad, por no decir de expansión.
Como se sabe, el éxito parece más éxito cuando no hay tanta certeza de que ocurra. En ese momento, el sponsor llevaba invertidos arriba de medio millón de dólares, pero dados los resultados alentadores la dirección del diario consiguió luz verde para seguir con el proyecto.
Es evidente que Provenzano no era un financista, sino apenas un trasmisor de una cadena que no terminaba en Buenos Aires sino que se continuaba en una ciudad mucho más pobre, Managua.
SOKOLOWICZ OFRECIÓ convertir Página/12 en una cooperativa de empleados antes de que el diario cumpliera un año. Con barba florecida y camisa sin corbata, al uso de los yuppies "Después de Hora", hizo la oferta personalmente una noche ante una asamblea de trabajadores reunidos en la redacción. Estos pedían lo de siempre: mejoras en los salarios y en las condiciones de trabajo, pero de paso enterraban prolijamente el diario. Enterrar, en la jerga del periodismo gráfico, es atrasar la entrega del material al taller para que cuando la publicación esté lista ya no tenga chances de ser colocada en los kioscos.
No es habitual que el dueño de un medio de prensa encare un trato directo con el personal salvo con aquellos miembros del staff que garantizan la salida del producto. Si esto es así en el día a día, es más estricto en medio de un conflicto, que es cuando se acrecienta el papel de los jefes de personal. Por eso, el gesto de Sokolowicz se interpretó como una extravagancia más. La primera era su doble estándar: un medio con contenido y público de izquierda, pero editado por una empresa que debía funcionar con reglas de derecha.
Tomada en manos de sus empleados, esta dualidad era una fuente inagotable de conflictos. La esencia del problema era el formato italiano -de varias empresas una dentro de otra- que había sido elegido por razones de seguridad y economía. Para los trabajadores del diario volcados al reclamo sindical, no era sino una aviesa forma de flexibilización laboral que el diario fustigaba en sus artículos. Sin embargo, para afuera la edición era cada vez más compacta, como ocurre siempre que el personal de un medio descubre que tiene alguna empatia con la línea editorial y trabaja con la camiseta puesta, sin ceñirse a horarios, dando prioridad a la calidad final del producto.
Con dramatismo quizá medido, Sokolowicz tomó el toro por las astas:
-Así no podemos seguir. Yo no tengo inconvenientes en conversar para que el diario se
convierta en una cooperativa y ustedes lo sigan administrando; acaso les vaya mejor que a mí -
dijo con su habitual tono monocorde.
La velada amenaza debió surtir efecto porque el clima de tensión amainó por un tiempo. Nadie supo entender aquel súbito desprendimiento aunque los problemas estaban a la vista. Contar con una inversión de arranque era una condición necesaria pero no garantizaba un resultado cierto. El problema era exactamente el inverso: conseguir la plata inicial fue relativamente sencillo en comparación con los equilibrios que debían guardarse luego para garantizar la continuidad. No alcanza con que un diario salga; luego debe convencer a los lectores, cuya afluencia despierta el interés de los anunciantes que muchas veces pagan una publicidad como quien compra un seguro de vida, para figurar bien o, en caso contrario, no ser mencionado.
En la mayoría de las empresas periodísticas, la lectura de la realidad de sus dueños está garantizada mediante un sistema de comisariato político. Es decir, un grupo de buenos periodistas pero que combinen capacidad profesional con transmisión de las ideas y necesidades de los accionistas. Inevitablemente, sus colegas de redacción están siempre atentos a ver dónde y con quién toman café, o controlan si esos colegas de camiseta empresaria van o no van a las oficinas gerenciales.
Cuanto más peso gana esa capa de periodistas elegidos por fidelidad a esas consignas emanadas de arriba, menos poder tienen los que se reivindican profesionales a secas. Entre los periodistas esta realidad es tomada como inevitable y existe un dicho que la refleja de manera amarga: "los que no saben, para jefe". Esto no es patrimonio exclusivo de la izquierda. El comisariato imperó durante años en el gran diario argentino -Clarín- cuyo origen está estrechamente asociado al surgimiento de las ideas desarrollistas y especialmente de su mentor ideológico, Rogelio Frigerio. Osear Camilión fue secretario de redacción no por sus dotes periodísticas sino por pertenecer al núcleo duro partidario. Cuando el desarrollismo dejó de brindar una cobertura política, el grupo gerencial leal a Frigerio se independizó para mirar solo a los negocios periodísticos consolidados. Sin duda, Clarín mantuvo el sistema de comisariato con otros actores y nuevos intereses.
En el caso de los diarios progres, el sistema de comisariato se originaba en la tradición de tener órganos de propaganda y no de prensa. Repetían el esquema de periódicos partidarios y los directores eran representantes ideológicos y no hombres de la información. Las limitaciones internas no fueron, de todas maneras, el peor de los males para los comunicadores de izquierda. El centenar de periodistas desaparecidos durante la dictadura habla por sí mismo del nivel de control y represión puesto por la última dictadura. Además, el acceso a los sistemas de distribución de los circuitos oficiales es cuasi mañoso. La publicidad para diarios es un club en el que los diarios grandes extorsionan a las agencias para que no anuncien en los diarios chicos, sobre todo si están tratando de hacer pie en el mercado. Y, algo fundamental en Argentina, por lo menos hasta antes de la crisis: el Estado era un socio oculto y obligado para cualquier editor de diarios. Créditos oficiales, pautas de publicidad cursadas a través de la agencia estatal Télam, lobby para conseguir ventajas, intrigas diarias con ministros y funcionarios del entorno presidencial.
Los diarios progres morían de varias de estas enfermedades a la vez. Justo es decirlo, también: antes de la restauración democrática de 1983, la gran causa de mortandad había sido la proscripción y la represión. Esto valió para El Mundo, Noticias y La Calle, en el caso de los diarios de izquierda entre 1973 y 1974, y aun para La Opinión, cuyo creador se ufanaba de tener la fórmula del éxito: de izquierda en cultura, de centro en política y de derecha en economía. A Jacobo Timerman se la cobraron más tarde, ya que pudo sobrevivir con un diario profesional de altísimo nivel pero para los hombres de la información de la dictadura de Videla era un enemigo peligroso. Por eso, mientras el general Ramón Camps se ensañaba con él en la
cárcel, otros militares intervinieron su diario bajo el justificativo de que tenía deudas que no podía pagar. Con esa patraña, y con complicidad judicial, hacia 1977, en vez de cerrarlo colocaron un interventor en la sociedad anónima y pusieron al frente a Ramiro de Casasbellas, hasta entonces subdirector del diario. Los artículos que publicaba La Opinión a partir de entonces se dividían entre los que pretendían mantener cierta dignidad liberal, democrática, y los que eran partes de guerra antisubversiva.
En Página/12 ocurrió lo impensable: el sponsor sólo se reservó para sí el respaldo del proyecto y no se metió en lo periodístico, independizando al diario de compromisos que terminaran actuando como salvavidas de plomo.
El Movimiento Todos por la Patria cumplió con su compromiso inicial y no interfirió en absoluto en la redacción del diario ni en su línea editorial. Hubo solo un roce conocido, hacia fines de 1988. Fue cuando el grupo se aprestaba a realizar el ataque a La Tablada y buscaba que la denuncia de un supuesto golpe de Estado encabezado por el coronel carapintada Mohamed Alí Seineldín tuviera buena repercusión periodística previa. Las denuncias incluían el supuesto apoyo del candidato Carlos Menem -que tiempo antes había aceptado escribir una columna en la revista Entre Todos- y el dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel. Jorge Baños, un joven abogado militante de los derechos humanos y dirigente del MTP encabezaba las denuncias de prensa.
Las asonadas carapintadas estaban a la orden del día. Al primer levantamiento dirigido por Aldo Rico en Semana Santa de 1987 siguió el de Monte Caseros de enero de 1988. En ambos, el despliegue militar era más escenográfico que de aprestos al combate. Con ello resultó suficiente para que el gobierno de Alfonsín retrocediera. Las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida calmaron los ánimos de la oficialidad intermedia responsable de secuestros, desapariciones, torturas, robos y todo tipo de violaciones a los principios humanitarios durante la represión.
El levantamiento del 4 de diciembre de 1988 puso en la escena a Mohamed Alí Seineldín, quien se quería mostrar como un duro al lado de Rico. El ex agregado militar argentino ante el gobierno de Panamá se acuarteló en la guarnición de Villa Martelli, junto al Grupo Albatros formado por comandos de la Prefectura Naval y grupos civiles militarizados. La rendición a las tropas legalistas terminó en un baño de sangre en el que murieron, por balas policiales o disparadas desde el cuartel, siete manifestantes civiles de los miles que rodeaban el cuartel alzado; un cronista de Página/12 que cubría el hecho fue incluso herido de un balazo en la espalda. Las operaciones de inteligencia del Batallón 601 eran moneda corriente en esos días. Ese episodio carapintada fue el disparador de lo que terminó en el intento de copamiento de La Tablada, el 23 de enero de 1989. Entre los preparativos de la acción, el grupo liderado por Enrique Gorriarán Merlo había decidido difundir la versión mencionada: un golpe. Algo que tuviera el efecto del Pacto Militar Sindical denunciado por Alfonsín en las elecciones de 1983.
Esta vez, pese al clima de miedo reinante por las acciones reales de los carapintadas, la versión que difundía Baños sonaba disparatada. Que Menem estuviera con Lorenzo Miguel y Seineldín en un golpe de Estado no tenía sentido, ya que el gobierno de Alfonsín retrocedía a tal velocidad que ningún político experimentado iba a actuar antes de que la pera cayera madura, por su propio peso. Baños visitó en los días previos Página/12 para reclamar con cierta insistencia que les dieran más espacio periodístico pero se encontró con muy poco eco. El apoyo inicial que había permitido la salida del diario no alcanzaba. La promesa de los viejos militantes de no interferir en la línea editorial ni en el rumbo de la empresa llevó a este resultado. Más aún, los periodistas de la redacción le dijeron que la denuncia era un rumor que no se condecía con ninguna otra fuente periodística. Luego llegó la fallida operación militar, que sorprendió a mucha gente, incluidos algunos militantes del MTP Al tal punto que el local que la agrupación tenía en pleno centro abrió sus puertas al día siguiente. En La Tablada murieron, entre otros, Baños, Provenzano y Claudia, su mujer. Varios de los atacantes fueron tomados con vida, Provenzano entre ellos, y asesinados a sangre fría.
Por entonces, Página/12 ya estaba establecido en el mercado editorial. Esa debe ser quizá la única explicación de por qué el diario continuó saliendo con toda normalidad. Caben dos o tres aclaraciones de esta historia que debe tener muchos más secretos de los que cualquier lector ingenuamente podría pensar. En primer lugar, los servicios de inteligencia -del Estado y del Ejército- habían intoxicado de mala información a los militantes del MTP Esto no releva al grupo guerrillero de la responsabilidad de haber copado un cuartel en plena democracia, para espanto de muchos y desconcierto de otros, pero en una orfandad política absoluta. Esos servicios de inteligencia conocían mucho de la actividad diaria de los miembros del MTP y, por supuesto, sabían de la participación inicial de Provenzano en el diario.Los periodistas de la derecha ultramontana alimentada con partes de inteligencia -como de El Informador Público, dirigido por Jesús Iglesias Rouco- se cansaron de publicar entretelones de las relaciones del MTP con Página/12. Sin embargo, nadie fue a cerrar o intervenir el diario. Hubo presiones, de funcionarios radicales sobre todo, pero no pasaron a mayores. La primera reacción de Sokolowicz, lógicamente, fue la de intentar vender el diario. Desde ya, a medida que pasaban los días no había compradores y los lectores de Página/12 aumentaban. Por entonces, Elizalde no ocupaba la gerencia general del diario. Sokolowicz lo había relegado a tareas menores, una gerencia de distribución primero, luego una de interior. No participaba
en las decisiones y recién fue convocado por el editor responsable para pedirle que le traspasara la marca del diario que él había inscripto. Nadie había reparado en que registrar la marca no era solo una diligencia administrativa hasta que, un par de años más tarde, Sokolowicz tuvo que pagar una suma importante para poder tenerla a su nombre.
En los meses posteriores al putch, la fortaleza de la empresa fue puesta a prueba. No solo porque los servicios explotaban de versiones que vinculaban a Página/12 con La Tablada. Algo que nunca podrían probar porque resultaba evidente que no había existido ningún acompañamiento. El pacto de independencia periodística había funcionado tan eficazmente que, en su fragmentario balance, los del MTR en vez de hacer centro en su propia miopía política, señalaron que su soledad estaba vinculada a que la prensa les había dado la espalda. Para los que entendían el mensaje, era una manera de llamar traidor a Página.
El nuevo escenario complicó todo. Los problemas económicos se multiplicaron porque, de una vez y para siempre, había desaparecido el sponsor que le dio el impulso inicial. En compensación, quienes tenían a cargo la dirección del diario sintieron alivio: la fidelidad de sus lectores suplía la carencia de pautas publicitarias capaces de sostener la operación comercial.-MEDIO MILLÓN DE DÓLARES -fue la cifra de inversión que dijo Sokolowicz haber realizado él mismo. Fue al cumplirse el primer aniversario del diario, al cabo de una reunión protocolar con el presidente Alfonsín. Contó algunas medias verdades: un divorcio, una separación de bienes y un sobrante de gananciales derivado al proyecto. Esas medias verdades, pasados los años, desembocaron en una versión edulcorada cuando la revista Noticias lo entrevistó a fines de agosto de 2002. La revista publicó "Conoció a Jorge Lanata y puso todos sus ahorros en la
fundación de Página/12".
Muchos creen en las excentricidades de los mecenas. Una categoría mítica en el mundo de la cultura y del periodismo. Esa figura sirve para mantener en elegante silencio los pormenores de cómo se hacen los emprendimientos. Sin embargo, aun en estos tiempos de extrema deslegitimación de la política, nadie debiera sorprenderse de que detrás de la aparición de un medio de prensa haya siempre, indefectiblemente, un proyecto político, sea este partidario o no. Siempre fue así: desde La Nación de Bartolomé Mitre para defender los intereses de la oligarquía liberal porteña a las ambiciones cesaristas de Emilio Massera con Convicción. Los historiadores y otros cientistas sociales suelen describir también fenómenos como la
creación de un medio de prensa orgánico antes de que el propio partido político exista. En Página, un movimiento social vigoroso como el de derechos humanos jugó ese rol mientras la franja de centroizquierda se recomponía. Desde el inicio muchos sabían del origen del diario y sus fondos. Pero no les interesaba llevar el tema a ese terreno. Contarse las costillas hubiera sido peligroso. En Página pesó el cambio y ante todo una historia de austeridad, de sacrificio y de compromiso con el lector.
En venta
ENERO ES UNO DE ESOS MESES que los periodistas denominan fiambre, por muerto, en los que no debe pasar nada, al menos informativamente. Se trata de una creencia de otras épocas, cuando las vacaciones eran más largas y un derecho irrenunciable para gran parte de la población. Tiempos en que una carpa en la costa atlántica alcanzaba a un político para lograr privacidad. Hoy hay tantas pruebas a favor como en contra de aquella suposición. A fines de diciembre de 1996, por ejemplo, unos policías de Pinamar mataron por encargo al fotógrafo José Luis Cabezas y fue un enero para recordar. En enero del 2002 Eduardo Duhalde devaluó y pesificó de manera asimétrica; nadie lo olvidará por mucho tiempo. Aquel enero de 1989 también pintaba tranqui hasta el fatídico 23-E, cuando los militantes del MTP intentaron copar del cuartel de La Tablada.
Mario Moldován acababa de dejar su puesto de jefe de política de la agencia DyN para hacerse cargo del área de Prensa del entonces diputado peronista renovador en campaña Carlos Grosso. Por eso, no lo sorprendió la llamada de Héctor Calos, a quien conocía desde los tiempos de la facultad, y a cargo ahora de Vocación, la agencia de publicidad de Página/12. El nombre de Grosso sonaba fuerte para ocupar la intendencia porteña tras el próximo turno electoral de marzo, en el que se descontaba el triunfo peronista. Moldován supuso que se trataba de una aproximación de rutina entre la gente de un medio, siempre necesitado de las pautas publicitarias oficiales, y el equipo del futuro intendente. Sin embargo, era un pedido
urgente.
-La dirección del diario quiere encontrarse con Grosso para conversar -dijo Calos, reflejando el clima de catástrofe que se vivía en Página. Moldován percibió la gravedad del pedido y lo trasladó a su jefe, que no vaciló en aceptarlo. El jefe del peronismo porteño acababa de integrarse al triunvirato de conducción de la campaña presidencial menemista, junto a Julio Mera Figueroa y Alberto Kohan. Era la más palpable prueba de que la inminencia de la victoria volvía a abroquelar a peronistas enfrentados.¿Cuánto podría valer en su estrategia para penetrar el círculo blindado del riojano el llevarle al medio de prensa opositor por excelencia, al más crítico y refractario al caudillismo peronista, al órgano de esa nueva izquierda inteligente, democrática y divertida? El departamento con vista a la avenida 9 de Julio de Estela García, colaboradora por entonces de Moldován, fue el sitio elegido. En los primeros días de febrero Fernando Sokolowicz, acompañado del segundo de a bordo de los temas empresarios del diario, se sentó con Grosso y su equipo de prensa en un encuentro reservado.Temas de charla no faltaban. Los "servicios" habían sembrado en esa semana todo tipo de rumores sobre el papel del diario y de sectores del propio gobierno en la intentona. La embestida se centraba también sobre el ministro de Interior, Enrique "Coti" Nosiglia, a quien la derecha peronista y los militares señalaban como el izquierdista en las entrañas del gobierno radical. Le adjudicaban el desembarco de cargamentos de pertrechos cubanos en Punta Lara para armar a sus militantes en caso de golpe, equiparando a la Coordinadora radical con el Frente Manuel Rodríguez de Chile. Otras versiones lo señalaban como el ideólogo de La Tablada con argumentos descabellados: Nosiglia estaba al tanto del plan del MTP y lo habría dejado andar. Casi como las jugadas de inteligencia contadas por John Le Carré. En caso de triunfo los capitalizaría con el descabezamiento de los núcleos cara-pintadas, y en caso de derrota no tendría que contabilizar pérdidas propias. En esa perversa interpretación, a Página le cabía la responsabilidad de la prensa. No importaban los hechos: ni la cobertura informativa del asalto ni la actividad de los periodistas y directivos tuvo relación alguna con los preparativos de La Tablada.
Sin embargo, una de las versiones más inquietantes de esos días llegó directamente por boca de dos calificados dirigentes peronistas. Y más que un rumor fue un chisme, referido a la visita que horas despues de la recaptura del cuartel de La Tablada hicieron al lugar el jefe del bloque de diputados José Luis Manzano junto a su asesor Juan Carlos "el Chueco" Masón, su jefe cuando ambos militaban en los setenta en Mendoza en el grupo de derecha peronista Guardia de Hierro. El propio presidente Alfonsín había visitado ese escenario y una patética foto que ocupó al día siguiente la portada de todos los diarios lo mostraba caminando entre escombros todavía humeantes, rodeado, casi como un rehén, por decenas de militares armados hasta los dientes, con ropa de campaña y las caras pintadas con betún. Muchos dirigentes políticos imitaron el gesto presidencial para dejar clara su posición ante los mismos militares, colocados por
primera vez desde la restauración democrática de 1983 en el papel de víctima de una agresión armada y no de victimarios acechantes del sistema político. Eso mismo hicieron Manzano y Masón que, tras la tournée por el campo de batalla, se jactaron de haber vuelto con un trofeo: un integrante del grupo atacante en el baúl del coche. Se trataba de un muchacho que había logrado huir del cuartel antes de que fuera cercado por las tropas. Refugiado en una casa de un barrio humilde de las inmediaciones, solo el auto oficial de los visitantes usado com© escondrijo seguro le permitió salir de la zona. Lo más interesante: se trataba de un chico que hasta el día anterior del ataque había trabajado como cadete en Página/12. Tiempo después, el mismo protagonista confirmó que su fuga se había realizado de ese modo, aunque no pudo identificar a sus rescatadores. El episodio, según la versión del audaz jefe de la bancada peronista de diputados, colocaría al diario definitivamente en deuda con el peronismo. Acaso la misma especulación de Grosso al cabo de su charla con el staff directivo de Página.
-No es ningún misterio que algunos muchachos del diario y yo mismo teníamos una relación de muchos años con Provenzano -blanqueó Sokolowicz apenas el diálogo comenzó a merodear el impacto de lo ocurrido en la publicación.
-En política todos tenemos relaciones con todos -buscó desdramatizar Grosso.
-Es cierto. El diario no tuvo nada que ver con este hecho y vos podes entenderlo. Igual necesitamos ayuda para pasar este momento.
-Si el problema es ese, me parece que todo el mundo lo va a entender.
-Ocurre que Pancho y su gente nos ayudaron mucho para que el diario pudiera salir, económicamente digo. Incluso seguían haciéndolo, sin pedirnos nada -remachó Sokolowicz para que no quedaran dudas acerca de de qué estaban hablando.
Grosso prometió lo esperable: bregar por la comprensión de Menem en el tema. Su equipo quedó impresionado por lo que les pareció una clara demanda de protección política. Meses después, cuando el jefe de los renovadores porteños asumió la intendencia de la ciudad, su pauta publicitaria con Página/12 permitió concretar tres proyectos editoriales que inauguraron un estilo de relación económica entre el diario y los grandes anunciantes. El mensuario Página/30 se financió en los años venideros con los avisos garantizados por la Comuna, al igual que el suplemento semanal Metrópolis, dedicado a abordar temas ciudadanos. La Ciudad de Buenos Aires garantizó además la publicación de un libro de regalo con un diario del fin de semana, mediante el pautado de un aviso propio o de algunas de sus empresas públicas que se publicaría en la contratapa del producto. En agosto, Sokolowicz agasajó a Grosso y su gente de prensa con una cena de agradecimiento en su dúplex con vista al Jardín Botánico.Con el tiempo, esos espacios fueron cubiertos por otras grandes empresas de servicios, como la YPF todavía estatal pero ya comandada por el liberal José Estensoro, segundo interventor menemista, o el principal contratista del estado porteño en ese momento, las Sociedades Macri (Socma), encargadas de la recolección de la basura a través de Manliba. También por otras privatizadas que tienen por norma distribuir sus pautas con un criterio de no perder el control total sobre los contenidos que las afecten. Prefieren operar así aun cuando en estos tiempos esa protección no siempre funciona porque la verdad sobre los chanchullos políticos o económicos es un bien del mercado por la que se paga: no los lectores ávidos sino otras empresas o políticos desplazados de esos mismos negocios.
También en este rubro, y acaso por la especial insistencia de Sokolowicz, Página/12 innovó respecto de los diarios de igual perfil ideológico que lo precedieron. Además del pacto con sus lectores, su estrategia comercial apuntó a los grandes anunciantes y no al chiquitaje que, según las elucubraciones históricas de la izquierda, se correspondía con los aliados económicos naturales del progresismo político, la burguesía nacional, y serían sus potenciales avisadores. La rueda de auxilio publicitaria no fue la única medida para suplantar los aportes externos cortados. Sokolowicz avanzó en una ronda de contactos que podían considerarse tentativas de venta por si no alcanzaba con la primera. Los propios periodistas del diario recogieron en esos días entre sus fuentes una gran cantidad de versiones. Una de las que corrió más firmemente era la que indicaba que el Partido Comunista se iba a hacer cargo de la publicación cubriendo con sus recursos el hueco dejado por el sponsor externo.
La realidad era exactamente al revés: durante los contactos, Patricio Echegaray admitió su interés por contar con un medio de prensa cotidiano y hasta hubo una media palabra de ayudar financieramente a Página para superar el momento. Pero la decisión de montar su propio diario ya estaba tomada. El matutino Sur apareció meses después y tuvo escasa vida. Para ello contó con una inyección reconocida de 7 millones de dólares en papel de diario donado por la URSS, poco antes de la caída del Muro de Berlín y apenas un año antes de su propia disolución.
-Angeloz garantiza un millón de dólares -le dijo Orestes "el Cura" Gaido, mano derecha del gobernador, a Sokolowicz. Al cabo de varios meses de tratativas, este sabía que esa era la cifra final y tendió la mano. Córdoba/12 apareció a fines de 1992 y tuvo una vida efímera pese al despliegue tecnológico y humano. Este incluyó el montaje de un sofisticado sistema de enlace satelital en las redacciones porteña y cordobesa. También la radicación en la provincia, para comandar la edición local, del periodista que había realizado los primeros contactos y buena parte de la negociación con sus amigos radicales cordobeses. Para el angelocismo, desgastado tras ocho años en el poder, se trataría de una apuesta atractiva como pocas: tener de socio y amigo a un medio de prensa nacional reputado de independiente e incorruptible. Para mejor, con un desembolso mínimo para este tipo de operaciones. Y para el diario, la expansión al mercado del centro-norte del país con la pauta publicitaria del gobierno cordobés garantizada. Se habló incluso del inicio de un modelo de desarrollo análogo al del diario español El País, eterno candidato a ser comprador de Página luego de la catástrofe de la Tablada, al menos en el imaginario de varios de los directivos del diario que se contactaron sucesivamente en Madrid con su estructura empresaria para interesarlos en el negocio. Las tapas del gran matutino español son confeccionadas en cada región de modo de permitir ediciones diferenciadas pero aprovechando el despliegue de una edición nacional en el centro administrativo y económico del país. Se trata de algo relativamente sencillo con las posibilidades tecnológicas actuales, pero a comienzos de los noventa era toda una audacia empresarial intentarlo.
El de Córdoba fue el tercer diario editado por Página/12 en el interior con modelos de asociación política análogos. El diario para La Plata sucumbió en poco tiempo y de ese impulso solo subsiste Rosario/12, realizado íntegramente en esa ciudad y repartido como suplemento de la edición nacional. El acuerdo con los cordobeses, según algunas versiones, tuvo un enorme incentivo: el abultado desembolso inicial le permitió a Sokolowicz cancelar la deuda que el sponsor oculto no tardó en reclamarle apenas pudo restablecer contactos con el país. Desaparecida su precaria estructura política luego de La Tablada, ya no podía ni tenía interés en seguir con el apoyo, pero no por ello renunció a cobrar la deuda.
Nuevos negocios pasó a ser la fórmula utilizada por Sokolowicz en esa búsqueda constante de socios que permitiera la definitiva estabilización del diario tras la salida del sponsor, un hueco que el ingreso por publicidad nunca logró saldar. A fines de 1993, y cuando el futuro del producto cordobés se hizo ya insostenible, volvió nuevamente a mencionarla. Se lo dijo al ex gerente general Elizalde, al pedirle la entrega de la marca registrada como paso previo a su desvinculación. Negocios que, acaso, ya estuvieran a la vista y exigían cambios de figura societaria. Dejaría de ser una Sociedad de Responsabilidad Limitada y se convertiría en una Sociedad Anónima que, como su nombre lo indica, permite un manejo más discreto de los socios reales.
La etapa de peligro inminente después de La Tablada había quedado atrás. El diario tenía un equilibrio de subsistencia pero la búsqueda de un aliado estratégico no se detuvo. No llegó de la política sino del mundo editorial. Fue en 1993 y el socio fue Héctor Magnetto, número dos de Clarín. Página/12 quedaba de la misma vereda del gran diario argentino, alineado en ese momento con Menem. Hasta hoy, las razones por las cuales Clarín decidió hacerse de un diarito pujante pero pequeño y ubicado a la izquierda de su registro es algo rodeado de un misterio que se hizo extensivo a toda la operación. Hay quienes lo leyeron como parte del posiciónamiento político de grupos de prensa en esos días en torno a la madre de todas las batallas, la posible perpetuación del menemismo. En sociedad con La Nación, Clarín tomó tiempo después posición en dos grandes diarios de provincia en dificultades, Los Andes y La Voz del Interior, a través de la sociedad Cimeco, mientras el Grupo Vila consiguió meter baza en Ámbito Financiero y en La Capital de Rosario y el Citibank se convertía en principal acreedor financiero de La Nación, mientras el CEI tomaba posiciones en diversos diarios del interior. Otros suponen que fue parte de una estratagema para usarlo
eventualmente como oferente para la compra de algún o algunos canales de televisión de aire, algo tan poco verosímil como que el Comfer menemista le entregara esa palanca a un vocero ideológico de una fuerza ascendente en ese momento, el Frepaso. Por último, hay quienes lo ven apenas como un negocio de baja inversión.
La versión más seria, nunca confirmada por Sokolowicz, es que se pagaron siete millones de dólares -depositados en Suiza a nombre de una empresa de Sokolowicz con sede en Panamá- por la mayoría de las acciones del diario. Como fuere, el desembarco en la administración de Página/12 del contador Enrique Díaz, un hombre reservado cuyo aspecto dista de sugerir el enorme poder que representaba, confirmó a mediados de 1994 la rúbrica del acuerdo estratégico tan buscado. Díaz, procedente del Grupo Clarín, era el hombre de Magnetto y comenzó a auditar el día a día. Los días viernes se lo veía salir con unas carpetas de papeles con rumbo desconocido y todos decían que marchaba a ver a Magnetto. Luego surgieron otras precisiones. No habría sido una compra sino un leasing, una suerte de alquiler que permitió que la estructura gerencial de Página cobrara por la venta de las acciones pero retuviera el management. La salida de Jorge Lanata del diario durante este proceso fue la manifestación más evidente del cambio. Años después, Lanata dijo que su retiro fue una actitud de explícita oposición a la venta. Fiel a su estilo, el creador de Página
declaró que su temor por la aparición de condicionamientos a la independencia periodística se confirmó cuando comenzó a omitirse su nombre para reescribir una historia que no era la verdadera. Antes de irse, fue a ver a Magnetto algunas veces. Solo a hablar de generalidades, casi como una obligación, según contó Lanata a amigos cercanos. La realidad era más compleja. De vivir dentro de la redacción cuando se fundó Página, Lanata había pasado a un vínculo más espaciado. Cada una de las disputas internas de poder entre el sector administrativo y el periodístico, un verdadero clásico de las empresas de prensa, se traducía en largos períodos de ausentismo. Ya fuera para realizar un viaje, escribir un libro o lanzar un programa radial, Lanata estaba cada vez menos. Comenzó así el mito de su inconstancia o hartazgo con sus propios productos apenas logra imponerlos.
La disputa se tornó filosófica. ¿Quién era en este caso el verdadero padre de la criatura? Los
administradores, que lograron capear decenas de tormentas económicas, se adjudicaron méritos. Lanata, que patentó un nuevo estilo en la prensa argentina, solo hablaba de los años recorridos en primera persona. Como si el diario hubiera podido llegar adonde llegó sin ambas cosas, sin el trabajo de decenas de periodistas trabajando con la camiseta puesta y con un público fiel que le daba a Página un valor especial: el diario que rescataba la historia, que honraba la memoria, que no transigía con el poder.
FIN
Eduardo Anguita y Rubén Furman
Grandes Hermanos: Alianzas y negocios ocultos de los dueños de la información
Buenos Aires: Ed. Coligüe
2002
159-181 (Cap 9: El sponsor)
Según el sitio oficial de la Editorial, Rubén Furman fue otro autor del libro
Segun WorldCat y EBay, ambos son coautores
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